El descontrol adolecente
Quise escribir este artículo en base a los comentarios escuchados: en la calle, por radio, en programas televisivos o leídos en los periódicos. Primeramente me erizaron la piel, luego me llegaron a preocupar pensando en el futuro de nuestra juventud.
La adolescencia es una etapa en la que los jóvenes comienzan a construir su identidad, a demarcar su propio espacio lejos del mundo de los adultos. Esta etapa de la vida abarca aproximadamente de los trece a los diez y nueve años. En ese tiempo van descubriendo su sexualidad, el mundo que los rodea, etc.; en su despertar existen cuatro actores: la familia, la escuela, los medios y el grupo de amigos. La preeminencia de cada uno de estos actores varía según los casos, pero el más importante es la familia que en oportunidades se encuentra en serios problemas ante la pérdida del mandato que debe influir en la formación de los jóvenes.
Muchas veces se juzga las conductas de los adolescentes sin analizar el contexto en el que van desarrollando su existencia. Una cultura visual cargada de imágenes relacionadas con el erotismo, la sexualidad y la violencia los invade. No existen diferencias en las actitudes de los jóvenes dentro de los distintos estratos sociales en que se desarrollan, cunde en ellos una desorientación sobre el proyecto de vida que quieren.
Un destape sin pudor tanto de chicos y chicas - muchos de ellos en edad escolar- se ve en sus relaciones interpersonales como consecuencia del bombardeo del erotismo televisivo, y se manifiesta con excesos de alcohol, drogas y el uso desmedido de Internet, que convierten a la Red en un enfermizo despertar sexual. En otras oportunidades el destape es promovido por adultos cuyo negocio es el entretenimiento morboso de los adolescentes.
Desde los años 90 a esta parte se produjo un cambio entre lo público y lo privado, antes el pudor tenía que ver con la intimidad pero hoy esas barreras se corrieron. Vale como ejemplo las escenas vistas durante la emisión del programa televisivo «Gran hermano». Los jóvenes han crecido en una cultura que ha priorizado la imagen como un instrumento de poder indiscutido. A través de distintos sitios de Internet pueden publicar su imagen con fotos eróticas, recurriendo a tretas para no ser sorprendidos por sus padres, exhibiendo poses que despiertan las fantasías de cualquier cibernauta. Las actitudes de ciertos adultos, que se tatúan, se colocan pirsen o corren detrás del sueño de buscar mediante artilugios alcanzar el absurdo de la perpetua juventud, estas actitudes y muchas más llevan a la pregunta ¿Qué territorio disponible les quedan a los jóvenes para buscar su madurez?.
En los tiempos que vivimos las jovencitas parecen llevar la delantera en este huracán de desinhibición. Se ha instalado en ellas la moda del felatio (*), lo realizan con gran desparpajo en cualquier lugar, un boliche, una fiesta, piensan que de esta manera pueden relacionarse sexualmente sin perder su virginidad, ni contraer embarazos y con la percepción errónea de que por esa vía que no hay contagio de enfermedades.
En un artículo anterior hablé sobre una parte importante del programa nocturno de los adolescentes que buscan un estimulo para anular su desinhibición. Se trata de la «previa», estas reuniones se efectúan en una plaza, en la puerta del colegio, en una casa o en un auto en los que ingieren grandes cantidades de alcohol, para luego ir a la fiesta o al boliche.
Estas situaciones que padecen los jóvenes son producto de la falta de contacto con sus padres, quienes muchas veces se encuentran desorientados frente a las actitudes de sus hijos, que los llevan en reiteradas oportunidades a temerles. Los jóvenes avanzan con sus vehemencias y los adultos no se atreven a decir no.
Los tiempos actuales exaltan el poder, no la bondad o la inteligencia, los padres en general aceptan esta premisas y dejan hacer a sus hijos, que los llevan a vivir vidas divididas, critican ciertos programas televisivos que atentan contra el pudor pero los ven gustosamente con sus hijos, cuando ellos vienen del colegio encuentran muchas veces sin razón su hogar vació u otras veces no atienden sus inquietudes.
Hasta hace dos décadas la familia y la escuela eran las encargadas de transmitir los valores de la sociedad; hoy los transmite el mercado. La escuela casi no da conocimiento, ni valores, y los adultos solo buscan el éxito, muy conflictuados con las contradicciones de la vida moderna se olvidan de ser padres y tratando de no alienar a sus hijos se pliegan a grupos con los que están muchas veces en desacuerdo. Evitan ejercer la autoridad paterna a la que consideran tirana, optan por la comodidad que llevan al sinsentido el concepto de libertad, como resultado en lugar de cobijar a sus hijos los lanzan a la intemperie.
Es mi deseo cerrar este artículo con la siguiente reflexión: «Amar a un hijo no es dejarlo partir, es darle las herramientas necesarias para que pueda partir cuando sea su tiempo».