HIPERMODERNIDAD
Es común llamar a los tiempos que vivimos “Posmodernidad”. Este término alude a un período histórico específico, en el que se desconfía de las nociones clásicas como: verdad, razón, identidad, objetividad, idea de progreso universal, de emancipación, de los grandes relatos, ideas que estaban insertas en el hombre de la modernidad.
La sociedad moderna era conquistadora, creía en el futuro, en la ciencia y en la técnica. Se instituyó como ruptura a las jerarquías de sangre y la soberanía sagrada, en nombre de lo universal y de la razón. Se apostaba a la prosperidad. Se creía que la ciencia avanzaba hacia la verdad, que el progreso se expandiría como forma de vida total y que la ética encontraría su universalidad. Las conmociones que hemos experimentado durante del siglo XX, contradicen los ideales de la modernidad. A partir de la segunda mitad del siglo se observa cada vez con mayor celeridad, el desencanto y la frustración.
Tuve oportunidad de leer en el suplemento Enfoques del diario La Nación el análisis que hace Giles Lipovestsky, intelectual francés, que denomina a estos tiempos “Hipermodernidad”, sus fundamentos condicen con los que exponga en mi libro “Paginas al viento”, en el capítulo “Posmernidad”, por tal razón me voy apropiar de este término para referirme a los tiempos que vivimos.
Estos tiempos son producto del consumo y la comunicación, hemos entrado en un nuevo ciclo de la cultura del individualismo, en antaño el individualismo permanecía anclado en valores morales y en las grandes ideologías. Este proceso coincidió con el retroceso de las estructuras sociales rígidas y pesadas. Este naciente individualismo se caracteriza por la Expansión de la autonomía subjetiva, el hedonismo, el culto al cuerpo, a lo psíquico y a lo relacional, se derrumban las ideologías.
El mundo actual se asienta sobre tres líneas que actúan fuertemente sobre la sociedad occidental: el dinamismo tecnocientífico, el mercado, los derechos del individuo, existen además muchos otros factores que alteran el normal desarrollo de la sociedad. Vivimos en estos tiempos la primacía del capitalismo, que destruye empleos, desfigura paisajes, contamina la atmósfera, agota las materias primas y quiebra a los individuos. Los productos cotidianos, que antes se vinculaban con la estética, se han transformado en accesorios de la moda. Este paradigma estético es producto del capitalismo de consumo.
La aspiración del hombre de la Hipermodernidad se vincula con la belleza y la emoción. Hoy nos encontramos con fuertes contradicciones, excesos y tensiones producidos por la economía, los medios de comunicación, Internet, la moral y la política.
En la Hipermodernidad se pone en tela de juicio a todas las instituciones. Mediante el uso de Internet y las redes sociales, se conforma una suerte de narcisismo, que pretende demostrar una capacidad creativa que intenta existir frente al otro. Vivimos en una sociedad que olvida todo rápidamente. Esto permite construir un hombre con identidad virtual conectada al consumo, la moda y los propios gustos. Sumergiéndose en imágenes felices, que contradicen con la realidad, en la que es todo complicado. Vivimos en futuro incierto, con una la vida privada agitada por sobresaltos permanentes.
La democracia que hoy impera en el mundo occidental, es una democracia no liberal, en la que impera un aumento de la desigualdad, que dará como resultado un mundo en que imperará un capitalismo absoluto, que será habitado por hipermillonarios y los otros. Un mundo donde unos pocos países tendrán éxito y los demás quedarán relegados a un incierto destino.
Las utopías que fueron base de la modernidad han desaparecido. Se vive el presente, y solo se rescatan fragmentos del pasado, sin proyectar el futuro. La Hipermodernidad se ha bajado del tren de la historia.
Nuevos paradigmas van apareciendo. En parte se elaboran contra los principios futuristas que se establecían en la sociedad moderna. En la Hipermodernidad la sociedad está ávida de identidad, de diferencia, de conservación, de tranquilidad, de realización personal inmediata. Se disuelve la confianza y la fe en el futuro, ya no se cree en el porvenir y en el progreso. En estos tiempos los hombres quieren vivir enseguida, aquí y ahora, mantenerse siempre jóvenes. Ya no se busca forjar el hombre nuevo.
Los grandes ejes que conformaron la modernidad han sido abandonados por la aparición de una fuerza hedonista que invade la naturaleza del hombre; murieron el optimismo tecnológico y científico, al ir éstos acompañados por la degradación del medio ambiente, del abandono cada vez más acrecentado del individuo, por la decadencia de los sistemas políticos: ninguna ideología es capaz de entusiasmar a las masas. No existen ídolos ni tabúes, ni proyectos históricos movilizadores. Estamos regidos por un vacío, que no marca ni tragedia, ni fin. El proceso laboral sufre una degradación.
Los sistemas requieren menos mano de obra, es reemplazada por la máquina. En caso que el hombre conserve su trabajo, este aumenta enormemente, debiendo aceptar diferir recompensas y satisfacciones, transformándose solo en un engranaje del sistema laboral. Como respuesta a ello, se estimula: el placer, el relajamiento y la despreocupación. Se debe trabajar fuerte y sin descanso en las horas laborales y vivirla diversión sin límites en las horas libres.
La situación planteada origina un divorcio entre la economía y la cultura. Los productos culturales han sido industrializados, sometidos a los criterios de la eficacia y rentabilidad, tienen las mismas campañas de promoción publicitaria y de marketing que las estructuras comerciales.
Se puede observar a través de los mensajes que emiten los medios que el orden socioeconómico es inseparable de la promoción de lo superfluo; como el hedonismo, las modas, las relaciones públicas y humanas. Los estudios de motivación de la estética industrial son las pautas que marcan al hombre de estos tiempos.
La producción ha integrado en su funcionamiento los valores culturales del modernismo. Mientras que la explosión de las necesidades permitía al capitalismo, endécadas anteriores, salir de las crisis que originaba la superproducción. En nuestros días se ha producido una contradicción entre cultura y economía, introduciendo la imagen de un consumismo anestesiante, dando la idea deque sólo es un triunfador, aquel que sigue los dictados de la publicidad que los medios le indican, llevando así al hombre a un vacío espiritual.
El consumismo engendra una de socialización general. La dinámica del modernismo que se caracterizaba por su creatividad, es substituida por una fase vacía de toda originalidad. Vivimos una cultura del no sentido, del grito, del ruido. Una cultura casi suicida que sólo acepta como valor lo nuevo. Su objetivo es la negación de todo orden estable.
Cuanto más avanza la nueva economía capitalista, se produce en forma cada vez más honda la marginalidad y más concurridas son las filas de las personas que son arrojadas a la agonía de la miseria, sin tregua ni remedio. Una fracción significativa de los trabajadores se ha convertida en superflua, y constituye una población excedente, sus posibilidades de volver a trabajar son muchas veces casi imposibles.
En caso de considerar un incremento de productividad, posibilitada por la automatización y la computación, no se puede pensar que de esta forma aumentarían los índices decrecimiento laboral y se podría reintegrar a los trabajadores a su lugar de ocupación.
Ellos han sido expulsados del mercado laboral para ser reemplazados por una combinación de máquinas y trabajadores extranjeros que se emplean por cifras insignificantes. De alguna formase puede decir que se retorna a la idea de la esclavitud de principios del siglo XIX. En las últimas décadas del siglo XX se produce un cambio de la relación salarial, ya no significa una protección contra a amenaza de la pobreza. En estos tiempos impera la extensión del trabajo temporario, del tiempo parcial y flexible, la corrupción del poder sindical, el resurgimiento de talleres negreros, del trabajo a destajo y la creciente privatización de los bienes sociales, como la cobertura de la salud. Se ha transformado al contrato salarial en una fuente de fragmentación y precariedad, en lugar de responder a su verdadera realidad, que es la de producir la homogeneidad y seguridad social entre los trabajadores.
Como fue en antaño, cuando el crecimiento económico y la expansión de la producción eran de alguna manera compartida con los trabajadores que les permitía alimentar y educar a sus hijos. La posibilidad laboral era la cura contra la pobreza. Hoy el crecimiento económico lleva al trabajador a aumentar su indigencia. Somos testigos y a la vez actores de la mutación de una civilización que se desvía de su cauce original. Una civilización que se va sin despedirse, dejando en su lugar aun régimen que altera sus huellas y que oculta su desaparición. Por ello a estos tiempos coincido con Giles Lipovestsky en llamarlos “Hipermodernidad”