Profesor Guillermo Cesar Vadillo
  Reflexiones al fin del Milenio
 
 


REFLEXIONES


AL FIN DEL



MILENIO





GUILLERMO CESAR VADILLO



INDICE

Página


Prologo.............................................................................

Introducción ....................................................................


Capítulo I. Sobre la vida...................................................


Capítulo II. Sobre la vejez.................................................


Capítulo III. Sobre la moral................................................


Capítulo IV. Sobre la pobreza.............................................


Capítulo V. Sobre la libertad................................................


Capítulo VI. Sobre la violencia..............................................


Capítulo VII. Sobre las revoluciones......................................


Capítulo VIII. Sobre las utopías...............................................


Capítulo IX. Poscriptum............................................................




INTRODUCCION


Cuando decidí escribir “Reflexiones para un fin de milenio”, fue como consecuencia de haber releído, una vez más, “Educación y sociedad en la posmodernidad” y ”La crisis de la sociedad en la posmodernidad”, libros cuya autoría comparto con Rodolfo Gallo.

En ambos libros expusimos nuestra opinión sobre una suerte de problemas que aquejan a la sociedad actual. No obstante, creo necesario completar, con nuevos temas, lo expuesto en ellos. Lamentablemente en esta oportunidad no puedo contar con la colaboración de mi buen amigo Rodolfo.

Creo que el hombre no es un accidente prodigioso ni una creación excepcional de la Naturaleza que lo hace aparecer en la Tierra, sino que es el resultado de un lento y lógico proceso, que lleva en sí un perpetuo cambio. Bertoldt Brech pone en boca de su personaje Eduardo II frases que encierran esta realidad:


“Creo que mortalmente sangro

de tanto repentino cambio “


En cada fin de civilización, de cultura o de época, se experimenta el temor al cambio. En el momento en que se transmiten nuevos testimonios a los grupos humanos se produce un soplo de vacilación, cuando el hombre analiza el camino que debió recorrer antes de lanzarse hacia una nueva ruta.

Deja tras de sí creencias, costumbres, tradiciones y dioses para partir a la aventura sin dirección y sin seguridad. Hay por delante caminos de los cuales algunos serán callejones sin salida, mientras que otros lo conducirán hacia un nuevo destino.

Saber cambiar es una ley de supervivencia y evolución. Las sociedades avanzadas son aquellas que no se han resistido al cambio y han aceptado este desafío con inteligencia.

Los hombres de estas sociedades, conocedores de su pasado, son impulsados hacia el futuro por la acción de una gran fuerza interior que les permite reconocer la condición humana y las reglas de la vida necesarias para su evolución.

Hoy se vive en forma acelerada este cambio. De una civilización industrial se pasó a una civilización científica-técnica. Entender esta mutación presenta para las distintas generaciones gran dificultad. Esta discontinuidad surge con una fuerza y con una rapidez sin igual, y no tiene en la Historia de la humanidad ningún antecedente similar. Se puede decir que un mundo muere, y otro va a nacer, y en el medio del cambio nos encontramos nosotros.

A pesar de la velocidad con que se produce este cambio, la humanidad ya ha tenido otras experiencias –menos rápidas - de estas transiciones que afectan a la civilización. Ello origina la necesidad de efectuar un análisis sobre lo que debe ser abandonado o conservado para lograr así las nuevas imágenes del futuro, en busca de un mañana promisorio.

Los enciclopedistas del siglo XVIII, efectuaron un análisis determinante y positivo de la evolución de su época. El gran riesgo en que puede caer la humanidad es mostrarse indiferente frente al cambio que se avecina. Es necesario mantener vivos debates, adoptar una actitud comprometida, en lugar de adoptar la actitud cómoda de dejar hacer.

El trastorno creado en torno a los principios, los que según opino son innatos en el hombre, se hallan incentivados u otras veces bombardeados por los nuevos valores, los que se van imponiendo y con los que nos estamos habituado a vivir. Ellos desgarran en muchas oportunidades el tejido social y moral de la humanidad.

El paraíso perdido del hombre moderno, con su visión del mundo y sus aspiraciones, ha dejado paso al sordo estancamiento de los que tantean y buscan en la oscuridad en una sociedad de consumo permisiva y anestesiante.

La tecnología y la ciencia han destruido los esquemas de nuestra vida, sin que se haya experimentado hasta el momento reemplazo alguno. Frente a ellas el individuo se despersonaliza, pierde el sentido de la responsabilidad, y también su libre albedrío Se transforma luego en una simple pieza de una gran maquinaria. Internamente se siente apresado por su propia impotencia ante el movimiento irresistible de los sistemas que lo rodean.

A esta situación se añade el sentimiento de inseguridad en todas sus formas, si bien éste siempre ha existido a lo largo de la historia. En la antigüedad este sentimiento era natural y se hallaba representado por el hambre, epidemias, etc., pero se trataba de un sentimiento individual; en cambio, en el presente la conmoción de inseguridad es colectiva.

El gran esfuerzo de nuestro tiempo, es el de orientarnos hacia la búsqueda de una nueva armonía del hombre consigo mismo, es decir, de lograr que en la nueva civilización que se avecina, se encuentre la verdadera solidaridad entre los hombres. Quiero cerrar esta introducción con lo expresado por George Bataille en “Nietzsche” “No hay nada humano que no exija la asociación de los que lo pretenden,. Lo que tiene largo alcance exige esfuerzos conjugados, por lo menos que se continúen unos a otros, no limitándose a las posibilidades de uno solo. Aunque hubiese cortado los lazos en torno suyo, la soledad de un hombre es un error. Una vida no es más que un eslabón. Quiero que otros continúen la experiencia que antes de mi otros comenzaron, entregándose como yo, como antes que yo, a mi mismo esfuerzo: ir al límite de lo posible”


Guillermo César Vadillo




PROLOGO

Los tiempos de transición abren expectativas, pero también generan temores. Este fin de milenio nos encuentra en una etapa de profundas transformaciones. El siglo XX comenzó en medio de la algarabía optimista del positivismo, tuvo que soportar la tremenda experiencia de dos guerras mundiales y culmina debatiéndose en la inseguridad y la confusión. Tenemos la única certeza de que algo ha quedado definitivamente atrás – la modernidad – y delante se abre un panorama todavía incierto, al que imprecisamente convinimos en llamar “pos modernidad “. Sin embargo comprobamos con angustia que las visiones apocalípticas de George Orwell en “1984” o Aldous Huxley en ” Un mundo feliz” tienen la posibilidad de transformarse en realidades.

En medio de esta gran confusión los medios de difusión globalizados presionan con irritante persistencia sobre la sociedad, produciendo un estado de idiotización masiva con el único propósito de conculcar el más elemental de los derechos: El de que cada une reflexione su propio destino y el de la sociedad.

Por eso son siempre bienvenidas las propuestas que, como en este caso, nos invitan a reflexionar. Sobre todo cuando quien nos convoca tiene, como el profesor Guillermo César Vadillo, la capacidad de analizar con concisión y sencillez, pero a la vez con profundidad, los grandes problemas de nuestro tiempo.

“Reflexiones al fin del milenio” no pretende dar respuestas finales. Es una invitación a que reflexionemos junto al autor sobre la situación que nos toca vivir y los problemas que nos aquejan. En cada capítulo, con lucidez y sin concesiones, el autor se interna desde su óptica en el análisis de algunos de los temas fundamentales de la existencia: El sentido de la vida, la moral, la pobreza, la libertad, las revoluciones y las utopías. Lejos de todo dogmatismo cada capítulo es como una cantera que incentiva al lector a ahondar en sus contenidos, sumándose a la reflexión del autor, discutiendo con él, coincidiendo y discrepando con sus conceptos, pero obligándonos a pensar, un ejercicio cada vez menos frecuente.

¿ Qué mueve al Profesor Vadillo después de una vida dedicada a la docencia de las Ciencias Exactas, a internarse en los problemas filosóficos de nuestro tiempo? Tal vez ha recorrido el mismo itinerario que Ernesto Sábato y saliendo de ese mundo matemático, ideal y perfecto, se interna en la caótica realidad , e intenta en esta etapa de madurez, sacudir la conciencia adormecida de una generación llamádola a la reflexión.

No es poco mérito el que tiene este moderno Quijote que arremete sin miedo contra los molinos de viento. Lo hace con sincera frontalidad, en forma descarnada. A veces su clara reflexión plantea panoramas tan oscuros que parece eclipsar a la esperanza. Sin embargo el sólo hecho de poner por escrito su pensamiento, de proponer al lector un ejercicio común de reflexión, lleva en si mismo el grito esperanzado de quien aguarda ser escuchado.

“Reflexiones de un fin de milenio” es un libro que pretende sacarnos del sopor, detenernos en nuestra alocada carrera hacia el abismo, y nos pide, sencilla pero enérgicamente, que no eludamos los problemas fundamentales.

Miguel de Unamuno decía: “ Miremos más que somos padres de nuestro porvenir que no hijos de nuestro pasado”. Esa paternidad sobre nuestro futuro es la que desvela a Guillermo César Vadillo y lo impulsa a presentarnos este desafío en forma de libro.

Salvador Dellutri





CAPITULO I
SOBRE LA VIDA

La sociedad en la que nos toca vivir se caracteriza por enviar a sus componentes y, en especial a los jóvenes, señales distorsionadas del mundo en el cual deberán desarrollar su existencia. Estas señales son enviadas por los verdaderos orientadores de nuestra época: la televisión, la publicidad, el cine, el deporte, la música popular, la política, etc. Se crea así un nuevo estilo de vida, en el que se justifica cualquier forma de subsistencia.

En general, los jóvenes entienden que es mucho más importante seguir los pasos que los medios les marcan y, de esta forma, la recompensa llegará en forma rápida. Frente a esta interpretación de la realidad, la escuela, que debería ejercer un liderazgo sobre la juventud, está condenada a perder, frente a una sociedad que a cada instante, destruye lo que pretende que la escuela construya.

Para entender este concepto es necesario reconocer que vivimos un mundo donde se honra la ambición descontrolada, se recompensa la codicia, se alienta al materialismo, donde la riqueza es celebrada como el fin primordial, donde se considera a la corrupción como algo lógico y posible, propio de todos los seres humanos.

Se hace gala de la superficialidad, haciendo un culto de la apariencia, de la moda, etc.. De esta forma se concibe un hombre cada vez más débil, más inconsistente, que flota en un constante sin sentido.

Esta sociedad en la que vivimos, desprecia el intelecto y sólo rinde homenaje al poder adquisitivo y pretende, hipócritamente, que los jóvenes forjen su vida futura, en base al conocimiento, a la cultura, que otorguen prioridad a la ética sobre todas las cosas y le den supremacía a las cosas del espíritu.

Los medios de difusión se encargan, frente al pretendido concepto de globalización, de buscar una igualación en todo el planeta, enviando a todos lados un idéntico mensaje, encumbrando como modelo a cualquier ignorante o a quien desconoce los principios morales mínimos. Su información se basa en vidas disociadas, con sus defectos, fallas y errores, las que describen al detalle y a las que muestran como ejemplos de una nueva sociedad.

Estos medios consideran a la vida como una aventura incierta en la que está todo permitido, y en la que todo es posible. Lo sensacional es el ingrediente clave para la noticia. Mediante estos mensajes se evade la realidad misma, dando una sucesión de imágenes que entran por los ojos y los oídos, para llegar a la cabeza. Pero, dada su rápida sucesión y su falta de conexión, no llegan a registrase en el cerebro. Es decir se transmite al hombre la idea de la nada.

Los individuos se pierden así en la multitud, careciendo del interés de buscar o hacer algo distinto, y califican de extravagantes a aquellas personas que, de alguna manera, buscan salir de la masificación que estos medios les imponen. Como consecuencia de esta situación, la sociedad se encuentra dispuesta a prescribir reglas generales de conducta y a reducir a cada persona a un mismo conjunto, en el que no existen diferencias de intelecto.

Esta nivelación e igualación del intelecto de la sociedad lleva a ahogar una de las características esenciales de las libertades del hombre, que es la posibilidad de ser distinto, de ser uno mismo y de lograr su expansión plena.

Esta red gris de abstracción que tejen los medios es utilizada para cubrir el mundo a fin de simplificarlo y explicarlo, de manera que resulte agradable, para presentarlo ante nuestros ojos como la verdadera realidad, digna de ser vivida.

Se crea así un hombre artificial, que vive en un mundo en el que considera que todos los valores son relativos y que se hallan vinculados sólo con el momento que se vive.

Federico Nietzsche, el diagnostiscador más profundo y claro de la modernidad, consideraba que el hombre moderno ha perdido la capacidad de valorar y, con ello, su humanidad. De esta forma indicaba el peligro en que se encontraban los hombres, y la terrible tarea a la que se enfrentan para proteger y realzar la humanidad.

Nietzsche consideraba que los valores auténticos, son aquellos por los cuales puede vivirse una vida, aquellos que pueden formar un pueblo capaz de producir grandes gestas y pensamientos. Un valor, sólo es valedero si conserva la vida y la realza.

. Como respuesta a la situación analizada, los jóvenes y la generalidad de la sociedad consideran que la actividad intelectual es para gente rara, por lo general perdedores. La tendencia generalizada en nuestro mundo es de hacer a la mediocridad la potencia dominante entre los seres humanos.

No obstante ello, existe un sentimiento confuso acerca de la crisis que vive la cultura y la educación en este mundo globalizado, el que se halla muchas veces asentado en la intimidad del hogar, donde nace la preocupación de que nada se hace por mejorar esta situación y que, al abandonarlas, se deja de lado el futuro.

Como consecuencia de este íntimo razonamiento hogareño, se llega a la conclusión de la necesidad de implementar una sociedad democrática, donde finalice la irresponsabilidad, donde el mal sea reconocido y enfrentado con resolución, en vez de especular con él, encubriéndolo con la retórica característica de la mezquindad y la cobardía.

En esta intimidad se reconoce que cuando el poder pretende supeditar las leyes

generales, para que resguarden intereses y necesidades particulares, éste resulta inmoral. Los grupos se valen del sistema legal para conquistar el poder y una vez alcanzado, se valen del gobierno para desacreditar la ley.

Se llega así al convencimiento de que el bien público ha dejado de existir y quienes debieran contribuir a consolidarlo, emplean una instrumentación perversa de la tecnología económica y olvidan la ética en el desván de lo inútil.

Pero estos pensamientos no atraviesan las puertas del hogar, los hombres se hallan saturados de los grupos que antaño pretendían representarlos aparentado una unión de ideales, que finalmente eran traicionados.

Hoy el hombre se debate en una terrible soledad. Las representaciones que antes servían para unirlo, hoy lo aislan, ya no son motivo de unión. En la actualidad, él rumea solo a veces frente a un televisor o frente a un periódico su disconformidad contra el mundo en que le toca vivir.

Las instituciones como la familia, la escuela, los gremios, los partidos políticos y hasta misma iglesia, que hasta hace poco tenían un papel preciso, hoy se encuentran cuestionadas, y por tal razón los individuos se separan de ellas, hasta el punto de aislarse. De esta forma corren el riesgo de la pérdida de su identidad personal, porque se pierde la idea de lo que significa el otro, es decir su alteridad.

Es importante reconocer que la ignorancia de los jóvenes es producto de nuestra propia ignorancia, la que ellos absorben con envidiable capacidad. Les transmitimos que el fin justifica los medios y que cualquier recurso es válido para escalar la cumbre de la pirámide social, que el objetivo primordial es lograr la adquisición del dinero que le permitirá incorporarse rápidamente a la sociedad de consumo.

Con estos conceptos se ha ido perdiendo el sentido de la verdadera educación.

Es conveniente reconocer que no sólo es necesario contar con una capacitación técnica, sino que resulta primordial la capacitación intelectual y moral de los jóvenes, formando en ellos un espíritu crítico, autocrítico e incondicionalmente solidario con el bienestar general.

Resulta imperioso que se devuelva a la sociedad en general, y a la juventud en forma particular, el verdadero sentido de la palabra “persona”. Ser persona no significa poder comprar en cuotas fijas, sino haber decidido que vale la pena vivir con nuestros semejantes y no, a pesar de ellos.

Séneca, el filósofo romano que nació en el siglo IV antes de Cristo, escribió un libro titulado “Sobre la brevedad de la vida”, en el que dice:

La mayor parte de los mortales, Paulino (*), se lamenta de la mezquindad de la naturaleza porque nacemos para un lapso tan exiguo, porque el espacio de tiempo que se nos otorga transcurre con tanta celeridad y rapidez que, excepto a unos pocos, a los demás los abandona la vida en medio de los mismos preparativos para la vida. Y no solo la perturba y el imprudente vulgo se han quejado de ésta, así llamada, pública desgracia: ha suscitado también ese sentimiento las lamentaciones de varones ilustres. De ahí proviene aquella exclamación del más grande de los médicos: “Breve es la vida; el arte, largo, la ocasión fugaz, la experiencia peligrosa, la elección difícil”.

De ahí el desacuerdo de Aristóteles con la naturaleza (absolutamente impropio de un varón sabio) cuando la incrimina porque concedió a los animales una existencia tan prolongada, mientras que al hombre, nacido para tan grandes cosas, se la ve limitada.

No es por poco el tiempo que tenemos, pero es mucho el que hemos perdido. La vida es bastante larga y con largueza no es concedida para la realización de las mayores empresas a condición de que la empleemos bien en su totalidad; pero cuando la derrochamos por molicie y negligencia, cuando no la empleamos en ninguna obra buena, al apremiarnos finalmente el hado supremo, comprendemos que ya ha pasado sin haber reparado en que se iba yendo.

Así es: no hemos recibido una vida breve, sino que la hemos hecho tal, y no somos pobres, sino pródigos respecto a ella. Así como grandes y regias fortunas, cuando caen en manos de un mal dueño al punto son dilapidadas, mientras, , aunque sean modestas, confiadas a un buen administrador, crecen con el uso que se les da, así nuestra existencias extiende mucho para el que sabe aprovecharla bien.

¿ Por qué nos quejamos de la naturaleza?. Ella se condujo benignamente: la vida si sabes usarla, es larga.

A uno lo posee una insaciable avaricia, a otro una laboriosa aplicación a trabajos superfluos; uno está empapado en vino, otro entorpecido por la inacción, a uno lo fatiga la ambición siempre pendiente de las opiniones ajenas, a otro la imperiosa avidez del comercio lo conduce con la esperanza de lucro en torno a todas las tierras y a los mares todos; a algunos lo atormenta la pasión de las armas, preocupados siempre por los peligros ajenos o angustiados por los propios; algunos haya quienes el ingrato servicio de los poderosos agotan una voluntaria servidumbre; a muchos los retiene el encanto de la belleza ajena o el cuidado de la propia; a los mas, que no persigan nada determinado, una ligereza vaga, inconstante e insatisfecha de si misma los arroja continuamente a nuevas empresas; a algunos nada les agrada tanto como para atraerlos, y los hados los arrebatan marchitos y somnolientos, hasta tal punto que no dudo sea verdad aquello que a manera de oráculo dijo el mas grande de los poetas: ”La parte que vivimos de la vida es exigua”(*).

En efecto, todo el otro espacio no es vida, sino tiempo.

Los vicios apremian y rodean por todas partes, y no permiten volver a levantarse o elevar los ojos para poder discernir la verdad. Oprimen a los que están sumergidos y anclados en la concupiscencia: a estos nunca les es lícito retornar a si mismos. Si alguna vez, por casualidad, les toca un poco de descanso. fluctúan, como en alta mar, donde aun después que amaina el viento subsiste cierta agitación, u nunca llega el sosiego a sus pasiones.

¿ Crees que me refiero a esos que confiesan sus males? Contempla, en vez, a aquellos ante cuya felicidad acude la gente desde diversos lugares: con sus propios bienes se sofocan.

¡ Para cuantos resulta pesada la riqueza ¡ ¡ Cuanto vigor se pierde con la elocuencia de muchos y el deseo de mostrar cada día su ingenio ¡ Cuantos palidecen por los continuos placeres¡ ¡ A cuantos los priva de toda libertad la apretada multitud de clientes¡. recórrelos, en fin, a todos desde los más humildes hasta los más encumbrados: éste inicia una causa, este otro lo apoya, aquél sufre las peripecias de un juicio, éste lo defiende, aquél otro lo juzga, ninguno se reivindica a sí mismo, se gastan unos con otros.

Pregunta por esos cuyos nombres se suelen aprender de memoria; verás que puedes reconocerlos por estos caracteres: aquél sirve a uno, éste a otro, ninguno a sí mismo.

Resulta pues descabellada, la indignación de algunos: se quejan de la indiferencia de sus superiores porque no tienen tiempo disponible para ellos cuando quieres acercárseles ¿ Cómo se atreve alguien a quejarse de la insolencia ajena cuando él no tiene tiempo disponible para si mismo? Aquél, de todas maneras, aunque sea con una mirada insolente, te ha mirado alguna vez al menos, seas tú quien fueres; prestó oidos a tus palabras, te recibió a su lado: tú, en cambio, nunca te has dignado a mirarte u oirte a ti mismo. No tienes, pues, motivo para exigir que otro cumpla con tal deber, puesto que, aun suponiendo que tú, por tu parte, lo hubieras cumplido, no era porque quisieras estar con otro, sino porque no te era posible estar contigo mismo.

(*) Paulino era el destinatario de su libro, probablemente el padre de su segunda mujer, Pompeya Paulina.

(*) Seneca se refiere a Homero



CAPITULO II
SOBRE LA VEJEZ


En el tiempo de la vida normal de los hombres hay una etapa previa, antes de la muerte que suele llamarse vejez. En general cuesta asumirla porque ante nuestros ojos consideramos que aún tenemos aferrada nuestra juventud, mantenemos presente su fuerza.

El camino recorrido desde la juventud hasta la vejez experimenta lentas transiciones en las que no se percibe su evolución de la vida. Cada una se hace tan gradual que escapa a la diaria observación. Hasta que, en un momento impensado, nace la tempestad. En pocos días un rostro se marchita, una espalda se encorva, la mirada se apaga. Un solo día ha hecho al hombre viejo. Era que, sin sentirlo, ni saberlo envejecía desde mucho tiempo atrás.

Pero la vejez está más allá de estos cambios físicos, pues esta vinculada con el sentimiento de que es demasiado tarde, de que la partida esta jugada, de que la vida pertenece en adelante a otra generación. A partir de ese momento aparece un raconto de la vida misma, sin fragmentaciones.

Si la vejez no está afectada por la decadencia faculta la obtención de un panorama general de los aciertos y desaciertos, del camino recorrido. Esto permite tomar la vida en peso, examinarla, y descubrir a través de ella la suerte que han corrido sus múltiples trayectorias. Pedirle cuentas, reconocerla como enteramente propia o revisarla y acaso rechazarla en su totalidad o en parte.

La posibilidad de arrepentimiento, que es quizás el momento más importante de la vida, está incluida en esa toma de posesión. En este momento el hombre se siente quizás, por primera vez, dueño de su vida.

Comprende que en su desmedida ambición en la búsqueda de bienes materiales, le ocultaron la verdadera realidad, lo deshumanizaron. Le quitaron, quizás, uno de los valores más importantes de su existencia, que es el amor al prójimo. El hombre comprende que en muchas ocasiones cerró los ojos a lo específicamente humano, y sólo le interesó alcanzar una vida puramente material. Visualiza que para lograr su fin, no midió egoísmo, ni pasiones. Que consideró que el pasado no era nada o era poca cosa y que solo valía el presente. Comprende que el presente carece de temporalidad y que sólo es consecuencia del pasado y que lo característico de la vida es el hecho de estar dirigida siempre hacia el futuro. Al vivir sólo el presente, reconoce que esta actitud sume a la humanidad en la más espantosa soledad, y la lleva, indefectiblemente, a su destrucción.

El hombre olvida que la felicidad verdadera consiste en tener un proyecto, compuesto por metas como el amor, el trabajo y la cultura. En síntesis, hacer algo por la propia vida que la haga merecedora realmente de vivirla. En su raconto otoñal, comprende que no existe verdadero progreso humano, si no se desarrolla con un fondo moral y que en múltiples ocasiones, fuimos nuestros peores enemigos, que ignoramos que hemos sido creados para una vida sencilla, bella y maravillosa. Que si los hombres viviésemos realmente como hermanos, sin distinguir entre lo ajeno y lo propio, repartiendo cuanto hay, no ambicionando más que lo suficiente para cubrir las necesidades de subsistencia, abjurando de lujos, maravillas técnicas y vanidades de todo orden, la humanidad terminaría con la violencia y el horror que se acrecienta en el mundo día a día.

En nuestra sociedad existe una desvalorización de la vejez, la que se da tanto en los jóvenes que ven en sus mayores seres decadentes, como en los propios ancianos que se desmerecen a sí mismos. Quizás la actitud que ellos adoptan, provenga de una situación personal, que tiene que ver con la decepción que provoca perder su protagonismo dentro de su hábitat.

Tampoco presenta una solución al problema de la vejez pretender ocultar el tiempo vivido, adoptando determinada postura frente a la sociedad. Esta situación se observa diariamente, cuando un anciano expresa: “mi cuerpo ya no tiene la lozanía de la juventud, pero cerebralmente estoy joven aún”. De está forma se considera que todo lo bueno se presenta con la juventud y todo lo malo se le atribuye a la vejez.

Una frase muy popular entre las personas mayores, consiste en expresar “En mis

tiempos...” es decir cuando yo era joven. Esta afirmación expresa una situación de exclusión tácita, que en esencia indica la no pertenencia a la época en la cual se vive, cuando en realidad resultaría de gran importancia que el anciano se sintiera partícipe del devenir de su propia vida y de la comunidad en la que se encuentra inserto.

He podido observar que en muchas oportunidades los viejos se automarginan, y que de alguna manera son responsables del proceso social de segregación y desconsideración que sufren dentro de la sociedad.

Al adoptar actitudes de debilidad respecto a su relación con la juventud, hacen que la fuerza de los jóvenes no les permita analizar a ellos que su futuro será similar. Estos jóvenes serán viejos el día de mañana, y quedarán por consiguiente atrapados en una especie de profecía autocumplida: si ellos no querían saber nada con la vejez ni con los viejos y los dejaban de lado, en el futuro ellos serán los nuevos marginados.

Esta situación ha sido una constante en la historia de la humanidad, y debe llegar el momento en donde uno se pregunte por dónde se puede empezar para desatar este nudo.

El envejecimiento es algo real, inescapable, que a partir de cierto instante de la vida va a aparecer ineludiblemente. Pero el ser viejo es una situación subjetiva e individual, es decir que cada hombre debe determinar para qué se considera viejo. Este

análisis se halla vinculado con las distintas etapas de su vida misma.

El hombre es el único ser de la especie viviente que no posee edades de declinación. A lo largo de su vida evoluciona hasta alcanzar su máximo desarrollo y plenitud, la que sólo finaliza con la muerte la que lejos de ser la destrucción de la vida, es su trascendencia. Los valores adquiridos a lo largo de la vida alcanzan en la vejez la mayor plenitud ya que en el anciano radican las fuentes del pasado, y el ser humano que no conoce su pasado no puede proyectar su futuro.

Quisiera finalizar estas reflexiones expresando que cuando miro hacia atrás, analizando mi vida, pienso que he tenido mucha suerte. Cuando digo que he tenido suerte en realidad se trata de <<voluntad de suerte>> compartiendo la expresión de George Bataille. Esta voluntad de suerte es una mezcla de osadía y voluntad. Soy de los que consideran que el camino más corto entre dos puntos es la recta, y que el requisito para toda consideración humana es la libertad.

Hay una historia, narrada en el “Libro de las virtudes” de William Bennet, es “El cofre de vidrio roto”. En ella se describe la relación entre un padre, ya viejo, y sus hijos y se analiza el valor del principio “honrarás a tus padres”.

Erase una vez un anciano que había perdido a su esposa y vivía solo. Había trabajado duramente como sastre toda su vida, pero los infortunios lo habían dejado en bancarrota, y ahora era tan viejo que ya no podía trabajar. La manos le temblaban tanto que no podía enhebrar una aguja, y la visión se le había enturbiado demasiado para hacer una costura recta. Tenía tres hijos varones, pero los tres habían crecido se habían casado, y estaban tan ocupados con su propia vida que sólo tenían tiempo para cenar con su padre una vez por semana.

El anciano estaba cada vez más débil, y los hijos lo visitaban cada vez menos.

-No quieren estar conmigo ahora – se decía – porque tienen miedo en que yo me convierta en una carga.

Se pasó una noche en vela pensando que sería de él y al fin trazó un plan.

A la mañana siguiente fue a ver a su amigo carpintero y le pidió que le fabricara un cofre grande. Luego fue a ver a su amigo el cerrajero y le pidió que le diera un cerrojo viejo. Por último fue a ver a su amigo el vidriero y le pidió todos los fragmentos de vidrio roto que tuviera.

El anciano se llevó el cofre a casa, lo llenó hasta el tope de vidrios rotos, le echó llave y lo puso debajo de la mesa de la cocina. Cuando sus hijos fueron a cenar, lo tocaron con los pies.

¿ Que hay en ese cofre ? – preguntaron, mirando debajo de la mesa.

Oh, nada – respondió el anciano -, sólo algunas cosillas que he ahorrado.

Sus hijos lo empujaron y vieron que era muy pesado. Lo patearon y oyeron su tintineo.

Debe estar lleno con el oro que ahorró a lo largo de los años – susurraron.

Deliberaron y comprendieron que debían custodiar el tesoro. Decidieron turnarse

para vivir con el viejo, y así podrían cuidar también de él. La primera semana el hijo menor se mudó a la casa del padre, lo cuidó y le cocinó. A la semana siguiente lo reemplazó el hijo segundo, y a la semana siguiente acudió el mayor. Así siguieron durante un tiempo.

Al fin el padre enfermó y falleció. Los hijos le hicieron un bonito funeral, pues sabían que una fortuna los aguardaba debajo de la mesa de la cocina, y podían costearse un gasto grande con el viejo.

Cuando terminó la ceremonia, buscaron en toda la casa hasta encontrar la llave, y abrieron el cofre. Por cierto lo encontraron lleno de vidrios rotos.

_ ! Que triquiñuela infame ¡ – exclamó el hijo mayor - ¡ Qué crueldad hacia sus hijos ¡.

¿ Pero que podía hacer ?- preguntó tristemente el segundo hijo – Seamos francos.

De no haber sido por el cofre, lo habríamos descuidado hasta el final de sus días.

Estoy avergonzado de mi mismo – sollozó el hijo menor – Obligamos a nuestro padre a rebajarse al engaño, porque no observamos el mandamiento que él nos enseñó cuando éramos pequeños.

Pero el hijo mayor volcó el cofre para asegurarse de que no hubiera ningún objeto valioso oculto entre los vidrios. Desparramó los vidrios en el suelo hasta vaciar el cofre. Los tres hermanos miraron silenciosamente dentro, donde leyeron una inscripción que el padre le había dejado en el fondo:

“Honrarás a tu padre y a tu madre”


CAPITULO III
SOBRE LA MORAL


Una de las piedras fundamentales de la conducta humana es la moral. La moral no es otra cosa que el conjunto de reglas que hacen posible la convivencia. Los principales imperativos morales han sido resumidos admirablemente en las leyes mosaicas, cuyos principales mandamientos son “no matarás” y “no robarás”.

Es muy común entre las personas emplear los términos ” ética” y “moral” como sinónimos, pero ambas no poseen idéntico significado, la moral representa el conjunto de comportamientos que la sociedad adopta como válidos, mientras que ética, es la reflexión sobre el por qué se las consideran válidas y la comparación con la moral de personas distintas.

La misión de la ética es la de conseguir que el individuo se mejore a sí mismo y alcance la categoría de buena persona, de esta forma podrá lograr vivir en plenitud la vida buena.

Los principios morales son innatos en el hombre, es decir nacen con él. y puede a lo largo de su vida enriquecerlos o destruirlos. A diferencia de los valores que son impuestos por la sociedad y por tal razón pueden variar con el tiempo. Los principios morales imponen el desinterés, niegan los sentimientos egoístas y buscan exaltar la dignidad humana.

El hombre moral, experimenta la satisfacción del deber cumplido, como una gratificación total que da paz a su espíritu. Extiende a su alrededor la felicidad que siente, y en caso de no alcanzar esa felicidad, la resignación toma su lugar.

No es común en los hombres alcanzar esta finalidad, pero considero necesario pensar que hacia esos horizontes los hombres deben dirigirse, en lugar de proyectarse hacia un materialismo sin límites.

La inteligencia, que ayuda al hombre adaptarse, a sobrevivir y a triunfar, desempeña un papel muy importante en su vida. Ella ha contribuido a la evolución de la ciencia, la que mediante su aplicación en la técnica, permitieron y permiten al hombre dominar su medio ambiente y liberarse. Pero también llevan a la humanidad a la disyuntiva, acerca de qué debe prevalecer: la moral o la inteligencia.

Frente a esta situación se debate el destino de la humanidad, su felicidad depende de la respuesta que elija el hombre. El intelectualismo puro, sólo conduce al utilitarismo, y significaría la destrucción de rasgos humanos tales como: el sentido del deber, el de la libertad, el de la dignidad. De primar el intelectualismo puro, se perdería el interés por el esfuerzo sin rédito económico y de alguna forma arribaríamos a la muerte a la cultura. La civilización desaparecería lentamente sin dejar rastros.

En cambio, si la humanidad se rigiera por la ley moral, ésta no se opondría al crecimiento de la mente, permitiendo que en ella se desarrollara el conocimiento en perfecta libertad, alcanzando un florecimiento y perfección sin limitaciones.

En el capitulo “Los límites de la vida” del libro “La crisis de la sociedad en la posmodernidad”, expresé que el hombre niega a la muerte, y no reconoce su finitud sobre la tierra, pero su muerte puede ser el comienzo de una realidad muy significativa.

Todos los seres que pasamos por la tierra dejamos una huella, brillante o modesta y es esta condición, la que el hombre siempre debe tener presente.

Un padre de familia, por más humilde que sea, dejará, cuando muera, un recuerdo a sus hijos, y durante toda su vida, ellos tendrán presentes sus actitudes, consejos y esfuerzos, que tendieron a darles un futuro digno. El hombre no desaparecerá inmediatamente, porque también en el núcleo de personas que lo rodean dejará un recuerdo y así vivirá presente en la reminiscencia de aquellos que estuvieron en contacto con él.

Ningún hombre desaparece por completo si se empeña en hacer el bien y no espera recompensa alguna fuera de la alegría de haber contribuido al progreso de la humanidad.

Los esfuerzos de los hombres no tendrían validez, si no los llevaran a una mejor comprensión de sí mismos del significado de sus vidas y de los recursos que llevan dentro de sí.

El hombre moderno padece un conflicto inconsciente, no reconoce a la voz de su conciencia, cree haberla hecho callar, cree haber elaborado una moral nueva, es su drama personal que lo destruye internamente. Este hombre moderno va adhiriendo a nuevas doctrinas sumamente contradictorias entre sí, a veces puede ser individualista, en otras oportunidades puede transformarse en liberal, o totalitario. A veces puede aprobar conductas capitalistas y a renglón siguiente adherir a doctrinas de izquierda, bregar por la vida y luego justificar la muerte.

En su comportamiento exterior obedece a estas doctrinas; pero en lo profundo de su alma conserva el ideal y una concepción de la vida provenientes del cristianismo, como ser la idea de una ley divina, remordimientos por su violación, temor al castigo, necesidad de ser perdonado, de recibir la gracia y reconciliarse con Dios y con los hombres.

En su comportamiento exterior el hombre configura el mundo de los hechos, el que tomó en la actualidad real vigencia. Hizo a un lado el mundo de los símbolos, como el de la mitología a la que considera una explicación ingenua del mundo, la que considera superada por la modernidad. Niega de esta forma su verdadera realidad, que es la de lograr mediante el pensamiento, alimentar su espíritu, el que en reiteradas ocasiones de su vida, le resultará más útil que las interpretaciones científicas.

Resulta en conclusión que el hombre ha cerrado los ojos a lo específicamente humano, es decir a su conciencia moral.

Con lo expuesto no quiero decir que se haya conseguido desarraigar en el hombre las necesidades de su espíritu y su conciencia moral, sino que se ha producido un cisma, en el que por un lado se encuentra la vida real de la humanidad, regida únicamente por sus necesidades materiales, mientras que por el otro lado, como algo aparte, cerrado e ineficaz, se halla el mundo de su conciencia moral, en donde aún conserva celosamente guardados los principios morales inmortales.

La característica de nuestra humanidad moderna no es la carencia de principios, sino que éstos no tienen influencia en los destinos de la civilización, sólo se los retoma en forma momentánea, cuando el mundo materialista, se torna absoluto y árido.

Este cisma se manifiesta en forma doble, por un lado se encuentra la desespiritualización del hombre y por el otro la descarnación de la Iglesia. Mientras que la humanidad busca desprenderse de los principios morales, la Iglesia se repliega sobre sí misma, perdiendo su sentido real. Su discurso es sobre sentimientos dogmáticos, pero sin ayudar a los hombres en sus dificultades reales, las que parece desconocer. Restringe su accionar a la prédica de la salvación, pero si bien esta prédica forma parte de su labor, se olvido de que Dios creó un mundo material además del mundo espiritual.

He podido escuchar sermones magníficos, verdadera piezas de oratoria, pero que en sí, no son escuchados por la masa de los hombres, porque no esperan nada de ellos en la búsqueda de lograr soluciones a los problemas que los aquejan.

Los sacerdotes, como los pastores, son considerados por gran parte del pueblo como idealistas, que desconocen la vida real y que en el mejor de los casos, escamotean los problemas sociales empleando para ello formulas piadosas, cuya complejidad muchas veces, los excede. Me atrevería a decir que las iglesias en general y ninguna en particular, han quedado fuera de la historia.

En las nuevas generaciones, abunda el hombre “areligioso”, en donde lo sobrenatural, se encuentra ausente o muy alejado del horizonte de la vida. Por otra parte, la religión ha perdido su influencia sobre las distintas formas de la dirigencia social, (gobierno, partidos políticos, sindicatos, etc.). Un gran número de fenómenos, que antes eran interpretados y explicados religiosamente, hoy tienen una respuesta científica, dando como resultado que muchos sectores de la sociedad, se hallan sustraído de la dominación que ejercían las instituciones y símbolos religiosos.

La situación planteada produjo una ruptura, entre la sociedad religiosa tradicional y la sociedad racional moderna, esta última consigna a la religión, como un producto cultural más, a la que consideran, lamentablemente, formar parte de la situación de mercado, y por tal razón presenta la posibilidad de su venta.

La religión se ha transformado de esta forma, en un asunto privado, perdiendo su carácter universal, dando en consecuencia una gran pluralidad de ofertas, muy vinculadas con las necesidades de la sociedad consumista. Así, por ejemplo, se mantiene determinado dogma, pero paralelamente se elimina otro. Se mezclan los Evangelios con el Corán, el Zen con el Budismo.

De esta forma la espiritualidad se ha transformado en una forma de autoservicio, se crean de esta forma tantos cultos, como respuestas necesite el hombre para justificar sus actitudes de vida. Esta situación puede interpretarse, como la tentación de la servidumbre hacia la preferencia de los consumidores, pero en el fondo de todo existe solo una manipulación y desustancialización del hombre.

Todas estos hechos que he mencionado, son incompatibles con las exigencias de conversión y autenticidad de una verdadera religión, que implica un vivir responsable, comprometido y fiel a un proyecto de sentido de vida.

Así como se olvida la moral en la concepción real del hombre moderno en el sentido de la responsabilidad que le cabe individualmente, del mismo modo la sociedad, el Estado, la industria y la ciencia, ignoran estos principios. De esta forma se van agravando las reacciones agresivas y los conflictos, que son el origen de las situaciones de violencia que se registran en la actualidad.

En una época no muy lejana se confiaba en los políticos y economistas como orientadores del progreso del pueblo, y se creía que buscarían instaurar la justicia real entre los hombres, con salvaguardia de la paz y seguridad. Pero muy contrario de lo esperado, el poder fue ocupado por hombres turbios, los que bajo promesas incumplibles engañaron a los ciudadanos que los eligieron. Esta situación de frustración, originó la falta de credibilidad por las instituciones políticas en los pueblos.

La situación analizada en el párrafo anterior, se halla muy vinculada al problema intelectual y cultural de los políticos, y es uno de los aspectos básicos para la elevación de la política al rango, a la dignidad, y a la precisión de una ciencia.

Uno de los principios morales de Blas Pascal expresaba ”Trabajamos para pensar bien “ y se puede añadir que éste debería ser el principio de los políticos.

Desde los comienzos de la humanidad, siempre existieron divisiones entre los hombres, pero en la modernidad estas divisiones alcanzaron una proporción inaudita, En el presente existen permanentes luchas entre naciones, entre clases sociales, y entre distintas agrupaciones humanas.

El gran problema que se presenta en la modernidad, es la necesidad de devolver al hombre la fe dentro de una solidaridad que supere las divergencias. Pero para que ello suceda es necesario revalorizar los principios morales, hoy dormidos en la humanidad y de esta forma se cambiará el comportamiento de los hombres, liberándolos de las viejas costumbres que los hicieron prisioneros, de rencores, de odios y de remordimientos. De esta forma serán incapaces de cometer las injusticias sociales que en otro momento cometieron y con esta imagen se revalorizará la raza humana.

La humanidad está en el período más crítico de su transformación: una gran evolución se produce en la estructura de la conciencia humana. Teilhard de Chardin la denominó era de Homo progresivus, yafirmó que es necesario poner en todas nuestras actitudes frente a los actuales acontecimientos, una fe robusta en el destino del Hombre; y si esta fe ya existe, consolidarla.

Para concluir, estimo de interés para el lector, la consideración del pensamiento de Enrique Rojas en su libro “ El hombre light”, en el que expresa, lo siguiente:

De todo lo anteriormente explicado hay una conclusión bastante clara: el hombre light vive instalado en la atalaya del cinismo. Se ha vuelto pragmático y una cosa es lo que piensa y otra, bien distinta, lo que hace. Oscar Wilde lo definió así <<Aquel que conoce el precio de las cosas y el valor de ninguna>>. Lo cínico esta lleno de contradicciones, lo que hoy se critica acaloradamente, mañana se defiende con ardor; lo importante es el momento, el instante concreto del tema que nos ocupa. Pero nada es definitivo y hay que apuntarse al ganador, porque lo importante es el éxito y el triunfo, es el vértigo de la fugacidad, la revolución de la urgencia.

Vivimos la era del antihéroe, de los videoclips, en la que el plástico es el signo de los tiempos: usar y tirar; el modelo yuppie a los viejos ideales revolucionarios. Practicamos la moral del pragmatismo. Una persona así se vuelve fría, sarcástica, maniqueista y, quizá, algo maquiavélica e insensible; es un desvergonzado, que actúa con descaro y adorna su conducta con un lenguaje florentino que hay que descifrar.

Es la mística de la nada. Al producirse la perdida de todos los referentes, esta es una de sus consecuencias.¿ Que hay que hacer?

1 – Frente al cinismo, luchar por la coherencia personal.

2 – Ante el<<todo vale>>, perseguir y apostar por los valores inmutables y positivos que dan trascendencia al hombre.

3 – Escapar de los falsos absolutos.

4- Huir de la idolatría del sexo, del dinero, el poder o el éxito, porque son medios que nunca pueden ser fines.

En una palabra se trata de volver al hombre espiritual, capaz de descubrir lo bello, noble y grande que hay en el mundo y procurar luchar por alcanzarlo.

Saber que la perdida de todo paradigma, en aras de una movilidad relampagueante y climatizada, no conduce a la felicidad. Ese no es el camino, sino escapar al culto de la novedad, que tanto embriaga a la persona light y nos muestra otra serie de valores muy distintos a los perdidos. Es más, la religión llega a ser lo nuevo, como necesidad del final de un siglo en decadencia que necesita una renovación profunda y fuerte. Esta nueva moral individualista, a la carta, subjetivista, en la que se que se escoge lo que gusta y se deja lo que es exigente, está constituida sobre unas bases amorales, donde existe la libertad ilimitada de hacer lo que creemos conveniente sin tener ningún tipo de culpa personal, ya que eso neurotiza.

Frente a esto ultimo, también hay que propugnar las exigencias personales de una conducta moral que libera, que hace de cada hombre un ser digno, más completo, que desea esforzarse por ser integro, una realización personal que pasa por la entrega al otro, ayudándole a ser mejor. Cultivar y fomentar lo valioso, lo auténtico, lo que permanece y edifica al ser humano más amable, humano, fuerte, rico por dentro, armónico... Un modelo por el que merece la pena luchar. Esta meta es una aspiración grande, capaz de superar el paso de muchas décadas con un análisis serio. En ese horizonte aparece la figura de un ser superior, que para el cristianismo tiene su propio nombre.

La moral cristiana es el mejor vector para la realización de la eterna vocación trascendente del hombre.




CAPITULO IV
SOBRE LA POBREZA


La idea neoliberal, que se implanta en Latinoamérica, consiste en una forma regresiva de reconstrucción social. Es un modelo de capitalismo salvaje, en el que se ignoran los derechos sociales de los trabajadores, los que fueron conseguidos a lo largo del siglo XX, después de arduas luchas, en las que se cobraron en más de una oportunidad gran cantidad de vidas.

El neoliberalismo articula de un modo perverso la relación entre el mercado, el estado y la sociedad. La vida de los hombres pasa a girar en torno a las necesidades del mercado y de las fuerzas que lo controlan. Así, la educación, la salud, la justicia, etc. se convierten en simple mercancías, con distintos grados de calidad, cuya adquisición es posible función de la capacidad económica del que las requiere.

El Estado se convierte, dentro de este sistema, en una empresa destinada a cuidar que nada perturbe a la destructiva creatividad de los mercados.

El costo social de la política neoliberal, se ha podido comprobar en nuestro país, dado que, ante a un pretendido concepto de estabilidad, se incrementó el desempleo. La línea de pobreza se amplió por el ingreso de sectores de la clase media empobrecida. Los consumidores perdieron sus posibilidad de compra; los jubilados fueron llevados a límites inhumanos; la educación, frente al magro sueldo de los docentes, vio descender su calidad, y de continuar la lista de damnificados por este sistema, la misma resultaría interminable.

Frente a esta caótica situación económica en la que se sumerge al pueblo, el Estado permanece ajeno a los reclamos populares. Para el cumplimiento de los fines de la política neoliberal, cualquier partida del presupuesto nacional es recortable y eliminable, salvo el dinero destinado al pago de la deuda externa, la que resulta de prioridad inamovible para el gobierno.

La globalización provee una coartada muy eficiente para el proyecto neoliberal. Esto es el argumento que permite aumentar las tasas de ganancias reduciendo los salarios. Se declama que, en los países como la Argentina y Brasil, los salarios son tan altos que evitan la competibilidad de los productos con los de otros mercados. Esto resulta irrisorio por que los salarios en Latinoamérica, son muy bajos comparados con los de Suecia, Holanda y Alemania, pero sin embargo no se puede competir con estos paises.

Con bajos salarios, bajo nivel de educación, sin niveles de seguridad social, ni de salud, el resultado es una población cuyas necesidades básicas estan insatisfechas. En tales condiciones no se pueden producir productos que requieran alta tecnificación. Para su producción se requiere en forma creciente un nivel de inversión social y desarrollo, que dará como resultado una mano de obra calificada.

La situación planteada origina que en la Argentina, como en el resto de Latinoamérica, se estanque el crecimiento, y aumente a pasos agigantados la dependencia. Sin embargo, el discurso de la globalización postulado por el neoliberalismo intenta formular el cese de la dependencia, cuando en realidad es mucho mayor que hace treinta años en la Argentina.

La globalización es una pieza de la “tercera revolución industrial”. Es conveniente recordar que a raíz de la primera revolución industrial se creó el ferrocarril, con la segunda revolución industrial nació la industria automotriz y la aviación, con la tercera revolución industrial aparece la informática, que hace de la persona, motor inmóvil de infinidad de desplazamientos virtuales. La tercera revolución industrial modificará la organización del trabajo y, por consiguiente, el tipo de cohesión social.

En la práctica esto significa que los niveles de calidad y de especialización de los obreros que se contratan en un proceso de producción deben ser muy cercanos. Como resultado de ello se tiene que, a pequeñas diferencias en las capacidades individuales de las personas contratadas pueden dar lugar a diferencias de ingresos considerables.

Esta situación ocasiona que los trabajadores se expongan brutalmente a una exclusión en su lugar de trabajo o, en el mejor de los casos, a ver disminuidos sus salarios. El trabajador excluido, deberá buscar nuevo trabajo dentro de un marco de desocupación creciente, y por tal razón tendrá que inclinarse hacia actividades de calidad laboral inferior y, por consiguiente ver reducido su salario. Se llega así a la conclusión, de que no existe relación estable entre la tercera revolución industrial y la justicia social .

Aparecen grandes exigencias en los sistemas laborales en cuanto a los trabajadores especializados. Estos, al no responder con su conocimiento a un determinado tipo de producción, quedan excluidos. Esta exigencia es de naturaleza totalmente diferente a la que se ejercen sobre los trabajadores que no poseen ninguna clase de especialización. En estos casos la demanda de trabajo se desmorona despiadadamente.

Los esfuerzos a realizar desde la escolarización para modificar esta situación, deben estar en función de las pautas que marcan los mercados. De no cumplir con ellas, los destinos de estos trabajadores quedarán irremediablemente sellados.

La aceleración de los progresos técnicos que caracteriza a la industria moderna, no permiten dar todos los conocimientos que necesitarán posteriormente los trabajadores. Esto determina la necesidad de procurar una formación nueva, atribuyendo a esta palabra un sentido amplio e incluyendo en esta formación, tanto la destreza manual, como el conocimiento. Surge así una nueva situación en la cual la educación debe ver ampliadas en forma desmesurada, sus funciones y responsabilidades.

A fin de agilizar la enseñanza, para ponerla a tono con la velocidad tecnológica del mundo moderno, es necesario liberarla de informaciones inútiles. Importa, ante todo, flexibilizar las facultades intelectuales: el exceso de información, no forma en absoluto.

Las nuevas tecnologías deben ser incorporadas con mayor rapidez, a fin de permitir un ágil desenvolvimiento en un mundo en constante transformación, en el que el conocimiento se acrecienta día a día. Esto origina la necesidad de profundas readaptaciones dentro del cambiante campo laboral y, aún en el caso de que las mismas no varíen sustancialmente, resulta menester proveer la posibilidad de actualización del saber.

En los sistemas industriales modernos se promueve en forma continua la capacitación de su personal.

De lo expuesto se deduce la necesidad de contemplar un proceso de educación permanente, concurriendo así, con sus rectificaciones, renovaciones y perfeccionamiento, a lograr una capacitación técnica y real del hombre en el mundo en el que le tocará vivir.

En este proceso de educación permanente se requiere que, en todas sus etapas de evolución, no sólo se enseñe a aprender, sino que es fundamental inculcar la idea de la necesidad de capacitarse. De esta forma se propiciará la idea de continuidad, y se preparará así el acceso a nuevos niveles de conocimiento.

De no tomar en cuenta el desarrollo de una educación prospectiva, gran parte de la población Latinoamericana no podrá emerger de la condición de subdesarrollo en la que se halla introducida. En el mejor de los casos, tanto los profesionales como los técnicos que egresen de sus universidades o escuelas técnicas, desempeñarán en el día de mañana, ante la posibilidad de radicación de empresas, papeles secundarios dentro de las mismas y serán fácilmente desplazables, mientras que el resto de la población trabajadora, que vio impedido su acceso a una preparación adecuada quedará irremediablemente marginada.

En la actualidad, ya se observa una multitud de hombres desocupados e improductivos. Esto se debe a que, en la concepción de la economía moderna , sólo se tiene, de hecho, necesidades limitadas de mano de obra y ello obedece a la escasez de industrias, que no pueden competir, frente a una importación masiva de productos manufacturados en el extranjero procedentes de zonas donde la mano de obra ha descendido a niveles de esclavitud.

En el campo, la constitución de grandes propiedades y la aparición de medios de cultivo mecanizado también son causa de la reducción de empleo. Esto hace que se produzca una migración hacia las zonas urbanas en busca de una salida laboral.

La mano de obra desocupada, es empleada en trabajos temporarios, mal remunerados, como la empleada en la construcción de rutas, puertos, edificios diversos, aparece un verdadero subempleo.

Como conclusión, los desocupados que han perdido su empleo regular, se suman a aquellos que en tiempos normales no poseían trabajos estables y, junto con los campesinos que se dirigieron a la ciudad para tratar de cubrir sus necesidades, se amontonan en “villas miserias “.

La situación de miseria de los pobladores de estas villas es aprovechada por los sistemas económicos para ofrecer salarios extremadamente bajos. Esto hace inoperante toda legislación laboral e impide que se comience a organizar el mercado de la mano de obra. Esta desorganización, provoca una nueva reducción en el mercado laboral para los hombres adultos, dando como consecuencia que ingresen a él, niños a los que se retribuyen con salarios irrisorios, porque resulta más ventajosa su contratación para el empleador inescrupuloso.

Las condiciones económicas y sociales de estos grupos, llevan a la idea de que el niño debe constituir un gasto mínimo y ser, dentro de lo posible, rentable. Este niño mal alimentado y vestido, constituye desde edad temprana una posibilidad de obtener ingresos económicos, muy similar al que se desarrollaba antes de la revolución industrial.

En la ciudad, el niño ejerce con más éxito y menos riesgos que el adulto muchas actividades extralegales: mendigo, vendedor ambulante de golosinas, lustrabotas, merodeador, etc. En ocasiones estos niños son forzados a la prostitución En otras entran a formar parte del mercado negro de venta de órganos, siendo raptados y distribuidos clandestinamente por el mundo.

. Estos niños desarrollan su vida en un estado de desprotección y violencia, sin educación, sin asistencia sanitaria ni social. Esta situación en caso de sobrevivirla – marcará a fuego su incierto destino, dando lugar a profundos resentimientos hacia la sociedad que los rodea.

A pesar de la natalidad elevada, que se observa en este sector de la población, su crecimiento se ve modificado, por las bajas condiciones sanitarias en la que vive este sector de la población, al que no asiste, ningún plan de salud real, ni de asistencia social. Solo es solicitada su presencia cuando en algún acto electoral los requiere, por ello, unos días antes del comicio, son visitados por los partidos políticos y asistidos económicamente. Pero, una vez utilizado su voto vuelven a ser ignorados.

Cabe al respecto la siguiente anécdota: en septiembre de 1998, me encontraba en la provincia de Formosa, con el objeto de dictar un curso, en la ciudad de Laguna Blanca. Mientras me dirigía a esta ciudad me llamó la atención una caravana de camiones de la gobernación que circulaba por la ruta. Al preguntarle al conductor del vehículo que me transportaba, a que se debía este desplazamiento, me contestó que la provincia se encontraba en tiempo de elecciones, y que el partido oficialista, realizaba una campaña de asistencia sanitaria a las poblaciones de la gobernación y agregó que esto solo se producía cuando que se aproximaba una elección.

Los hombres de la política “venden” programas y, como buenos comerciantes, apuntan hacia un público que acepte sin condicionamiento su producto, el que previamente fue objeto de análisis cuidadoso, acerca de las necesidades que experimenta el segmento social al cual se van a dirigir. En algunos casos prometen aumento de salarios, en otros casos seguridad, reducción de impuestos, educación, planes de salud, etc.

Pero, ante un Estado insolvente, todas las promesas resultan vanas. El Estado paternalista, que daba su generosa protección al conjunto del cuerpo social, como sucedió en los años de gobierno del General Juan D. Perón, es sustituido hoy por un Estado minado de deudas que sólo logra contener las demandas crecientes, que amenazan su propia insolvencia. Esta situación da como resultado un gobierno, en el cual la consideración y satisfacción de los reclamos populares se halla ausente.

La lucha contra las desigualdades, que tanto afligen a la sociedad actual será sólo posible cuando el Estado consiga el verdadero control de sus finanzas públicas.

El verdadero drama de Latinoamérica, en cuanto a su desarrollo, consiste en que las condiciones económicas y sociales que posee están expuestas al condicionamiento que le marcan las estructuras del capitalismo mundial, que de alguna forma impiden la puesta en marcha de los medios que permitirían acrecentar la producción y de esta forma producen su estancamiento económico.

La gran esperanza del siglo que se avecina, consiste en reducir las diferencias existentes entre ricos y pobres. Para que ello se produzca es necesario repensar, la economía que tal como se presenta, no favorece la cohesión social. La solución se encuentra en la formación de dirigentes políticos, que deberán ejercer su actividad con profunda vocación de servicio, restableciendo en los pueblos la idea de solidaridad, que es la única forma de dar solución al problema más urgente de Latinoamérica, que es el de la desigualdad social.

No rechazo la idea que el capital es necesario para el desarrollo de las naciones. Pero, para que esto ocurra es necesario contar con el apoyo de un capitalismo democrático, en reemplazo del actual capitalismo salvaje que devora al hombre. Este capitalismo democrático es producto de una evolución racional, una vez instalado en la comunidad, produce por sí mismo las condiciones y los valores necesarios para el desarrollo de los pueblos.

En la obra de teatro, “La orilla - Misterio de adviento” escrita por mi amigo Salvador Dellutri, se refleja la vida de un grupo de personas, a las que la globalización condujo a la marginalidad. La escena transcurre en una de tantas casas de cartón, que componen las llamadas villas miserias, las que con el tiempo será arrasadas sin contemplación. El fragmento que transcribiré se desarrolla en momentos previos a la Nochebuena: en instantes en que una jueza acompañada de dos oficiales de justicia, los notifica sobre el inminente desalojo de la villa:

ESCENA 12

Jueza: (aparece en escena llevando una carpeta en la mano) Buenas noches.

Todos se paran. La jueza habla con autoridad, se siente dueña de la situación.

El inspector: (Acercándose) Buenas noches, doctora. Llega justo a tiempo.

Jueza: Los jueces llegamos siempre a tiempo.

Todos se miran. Dicen por lo bajo “Doctora” “Juez”

Jueza: (Dirigiéndose a los residentes del lugar y sacando un papel) Señores, aquí traigo una orden de desalojo. Tienen que abandonar ya mismo este lugar.

Gaspar: (habitante de la villa) ¿Como dice?

Jueza: Lo que ha oído. Tiene que desalojar ya mismo este lugar.

Cecilia: ( habitante de la villa) ¿ Y quien lo ordena?

Jueza: Yo, que soy la autoridad.

Hector: ( habitante de la villa) ¿Pero con que derecho?

Jueza: Con el derecho que otorga la ley.

Marisa:(habitante de la villa)¿ Que ley?. La que desaloja a los pobres.

Jueza: Señorita. Aquí se va a construir un Shopping Center.

Gaspar: ¿ Y nosotros?

Jueza: Tendrán que buscar otro lugar.

Cecilia: ¿Que otro lugar? Nos fueron desplazando lentamente, nos tiraron a la orilla...

Jueza: Señora, es la ley.

El Busca: (habitante de la villa) ¿Que ley? ¿La que hacen los poderosos para beneficiar a los poderosos? ¿La que olvida a los pobres y les cierra la puerta...?

Jueza: Tendrá que quejarse donde corresponda.

Hector:¡ Nosotros no nos vamos de aquí¡

Jueza: Allí están viniendo las topadoras. Antes de la una de la mañana esto va hacer un campo raso...

Marisa: (Se va corriendo histérica) Me equivoque, me equivoque...pero estoy a tiempo.(Todos se dan vuelta para mirarla y desaparece en compañía de La Muda,

(también habitante de la villa, que se encuentra embarazada).

El Busca: Vamos a llamar a los Canales.

El inspector: ¿ A los canales? ¿Quien va a venir en Nochebuena?

Hector: (Con rabia) Lo tenían todo pensado.

El Inspector: ( Con risa cínica) Todo.

Hector va pegarle pero lo detiene Amancio
Amancio: Espera. Hablemos...Hablando podemos entendernos. Doctora. Estabamos por celebrar Navidad. Todo esta preparado: La cena, el árbol y hasta el pesebre...

Jueza: Lo lamento. Créame que lo lamento, pero no puedo hacer otra cosa.

Gaspar: Quiero que me explique doctora. Por un motivo o por otro, lentamente nos fueron tirando a la orilla...y acá estamos. Algunos hacemos esfuerzos para salir...pero todas las puertas parecen que se cierran para nosotros...

Jueza: Son los tiempos de la globalización, el libre mercado...Es el tiempo de los que van adelante.

Amancio: Es que nosotros queremos ir adelante. Pero no podemos.

Jueza: No tengo respuestas. Solo cumplo la ley. Cambie la ley.

Cecilia: ¿Como?

Jueza: Tiene sus representantes. Vaya a verlos, háblele a ellos. Ellos pueden cambiar la ley.

Cecilia: Imposible. Vienen a buscar nuestros votos y después se encierran en el “country” y se olvidan de nosotros. Van del Congreso a Pilar o Tortuguitas, y de allí a Miami o Suiza. Pero aquí no vuelven. Esta es la orilla y los que estamos en la orilla no existimos.

Jueza: ( enérgica) Señora, este no es mi problema. Yo estoy para ejecutar justicia.

Hector: Díganos donde ir...

Jueza (Confundida) No se. Es un problema de ustedes. Alguna salida encontraran..

ESCENA 13
(Entra Marisa. Viene con una minifalda, medias caladas, la boca pintada y una carterita en la mano derecha).

Marisa: Yo encontré la salida.

El Busca: ¡ Marisa¡

Marisa: Si. Finalmente este es el camino. El libre mercado, la oferta y la demanda. Se ofrece carne joven para señor maduro e insatisfecho con plata.

Héctor: (Alarmado) ¡ Esta no es la solución ¡

Marisa: ¿ Cual es la solución? ¿ Ser buena? ¡ Este es el camino del dinero y de la fama ¡ De aquí a la televisión , a luchar por nuestros derechos...que la honra, el honor, la decencia se la comieron los perros.

Gaspar: (Paternal) No Marisa...ese no es el camino.

Jueza: (Que ha estado hablando con el Inspector y los Ayudantes) Voy a ser benévola, por ser Navidad. Las topadoras van a entrar a las dos de la mañana. Hasta ese momento disfruten y saquen sus cosas.

La jueza, el inspector y los ayudantes se retiran.

Todos conmocionados comienzan a recoger las cosas. Con un momento de rabia Marisa desparrama el pesebre por el suelo. Gaspar la contiene. Todos van sacando las cosas y van desarmando la casucha, hasta que solo queda el esqueleto de la casilla.(...)
 
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